En 1894 Gauguin está en París. Tras haber montado una exposición que supuso un fracaso económico, aunque cosechó buenas críticas, se dedicó a relacionarse con el mundo literario parisino, siendo este año de escasa producción. Las obras que realizó son evocaciones de Tahití, posiblemente relacionadas con la escritura en esos momentos de "Noa-Noa", una especie de manual para interpretar los lienzos ejecutados durante su estancia en la Polinesia.
De nuevo las mujeres protagonizan la composición junto a la religión -conjunto que también encontramos en Mata mua- apareciendo un ídolo maorí en el centro de la escena. Lo exótico del colorido y del tema hacen que esta obra tuviese una aceptable acogida entre el público. El colorido empleado sigue siendo muy vivo, recurriendo a amarillos, verdes, rojos y azules. Las figuras están trabajadas con el estilo "cloisonné", delimitando a través de una línea oscura los contornos. En suma, a pesar de estar en París, Gauguin siente cierta sensación de añoranza, de melancolía, por haber dejado Polinesia.
Este mismo dinamismo vital lo encontramos también en su estilo pictórico. Su trabajo se inicia dentro del impresionismo, aunque pronto abandona este estilo, interesado sobre todo en el color, que introduce en zonas planas, carentes de perspectiva y de tonos muy vivos. Aunque ya no abandonará esta tendencia, progresivamente irá introduciendo en sus cuadros el primitivismo que tanto le atrajo, seducido por el arte nativo de los pueblos con los que convivió.
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De esta manera sus obras van ganando en expresividad y en elementos simbólicos, mientras que, al mismo tiempo, se hacen cada vez más sencillas. Y así, Gauguin se convirtió en el precedente directo de otras corrientes artísticas, como los naives y los fauvés, sin olvidar que, en parte también, ejercieron influencia sobre el expresionismo.
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