La obra de Bacon trata fundamentalmente de la carne estremecida, convulsa, retorcida, atormentada, lacerada, desgarrada, despellejada, mutilada, masacrada, vuelta del revés, expuesta, en metamorfosis, pero viva. Muchos de sus cuadros son retratos, algunos sólo de la cabeza y poco más. Dicen que "la cara es el espejo del alma", pero la cara sólo es, manos aparte, lo más visible del cuerpo, aunque también la parte más significativa.
Desde luego en el caso de los retratos de Bacon que son sólo de la cabeza y poco más, esa cara es de lo más reveladora, porque es algo más que cara, como dice France Borel: "las vísceras por rostro" .
Otros de sus retratos son de cuerpo entero. Mark Rothko decía: "Para mí, las grandes realizaciones de los siglos en las que el artista se inspiró en lo verosímil y lo familiar, son los cuadros de la figura humana, sola, aislada en un momento de inmovilidad absoluta". Rothko escribió esto más de veinte años antes de que Bacon pintara este cuadro. A pesar del dinamismo de la pose retorcida en que Bacon ha representado a su modelo, la propia tensión de la figura le da un aire de inmovilidad definitiva.
Bacon declaró “Nunca he pretendido que mi obra resulte perturbadora”. Tal vez no, pero lo cierto es que las desgarradoras figuras de Bacon, no pueden dejar indiferente a nadie. Bacon se revela contra todos los cánones la pintura anterior, no sólo en lo relacionado con la belleza, sino también contra la abstracción del expresionismo abstracto dominante de la época.
Hay algo “goyesco”, algo del Goya de los “desastres” y “las pinturas negras” en los autorretratos de Bacon.
Los trazos deformados, brutales de estas pinturas reflejan en parte el pensamiento de Bacon, “El hombre comprende hoy que es un accidente, que es un ser absolutamente futil, que tiene que jugar hasta el final sin motivo…”
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